Por Koncha Pinós

¿Te has levantado alguna vez una mañana y has sentido que ya no puedes más con las obligaciones que tú mismo te has creado en nombre de otros?

¿Te has preguntado de dónde vienen esas promesas silenciosas, esos pactos invisibles que firmaste sin saber, con voces que ya ni recuerdas? ¿Cuándo dejaste de vivir para empezar a sostener el mundo de los demás con tu sonrisa, tu fuerza, tu disponibilidad?

Esta es la trampa más delicada de nuestro tiempo: creer que somos libres cuando en realidad estamos agotados de tanto rendirnos ante las expectativas, incluso las nuestras. No es una dictadura. No hay grilletes. No hay cárceles. Y sin embargo, algo en nosotros se siente preso. Cansado. Saturado. Vacío.

Y es aquí donde la filosofía de Byung-Chul Han nos golpea con una verdad incómoda: ya no nos explotan desde fuera, ahora lo hacemos nosotros mismos.

El verdugo interior

Byung-Chul Han, filósofo coreano radicado en Alemania, escribió hace más de una década un librito llamado La sociedad del cansancio. En él afirmaba que la violencia del siglo XXI no es física ni visible. Es una violencia suave, dulce, luminosa, que se disfraza de libertad, autoayuda y empoderamiento.

Ya no vivimos bajo el peso de un “debes hacer esto”. Ahora estamos atrapados en un “puedes hacerlo todo”.
Y ese “puedes” se convierte en un mandato brutal: sé productivo, sé feliz, sé resiliente, sé mejor, sé tú mismo… pero mejorado.

“La sociedad del rendimiento está habitada por sujetos de rendimiento, que se explotan a sí mismos creyendo que se están realizando.”
Byung-Chul Han

Esto es lo que llamamos autoexplotación emocional:
La forma más silenciosa de esclavitud.
Esa en la que uno se despierta cada día con la agenda llena de exigencias autoimpuestas, sin saber ya si alguna de ellas tiene sentido.

El yo como empresa emocional

Mira a tu alrededor. En el trabajo, en las redes, incluso en las relaciones más íntimas. ¿Cuántas veces has sentido que no puedes simplemente estar? Que debes mostrar entusiasmo, empatía, buena cara. Que debes explicar tu tristeza, justificar tu agotamiento, rendir cuentas por cada emoción.

Vivimos como si nuestro yo fuera una empresa en constante evaluación, un perfil que necesita ser afinado, actualizado, compartido. La emoción ya no se siente: se comunica, se monetiza, se gestiona.
La tristeza solo es válida si viene con una lección de vida. El dolor, si sirve para motivar a otros. El miedo, si lo transformas en marca personal.

Y así, el alma se va quedando sin espacio para habitarse sin deber nada a nadie.

¿De dónde vienen estas obligaciones?

Esa es la pregunta que más me acompaña cuando trabajo con personas al borde del colapso emocional:
¿Con quién firmaste este contrato?
¿En qué momento decidiste que tenías que estar disponible para todo y para todos?
¿Quién te convenció de que descansar es perder el tiempo?
¿Dónde aprendiste que mostrar tu herida es peligroso, pero sonreír fingiendo no lo es?

Nadie nos lo impuso con violencia. Pero lo aprendimos.
Lo absorbimos en casa, en la escuela, en la cultura del logro.
Lo convertimos en piel, en respiración, en hábito.

Y sin darnos cuenta, dejamos de vivir para empezar a representarnos.
Actores de nosotros mismos.
Explotadores y explotados al mismo tiempo.

Psicología, cultura y agotamiento: una conversación pendiente

Desde la psicología, muchos de estos síntomas tienen nombre: burnout, fatiga del yo, ansiedad social, narcisismo digital, depresión funcional.

Pero lo que Han denuncia va más allá de un diagnóstico clínico. Es un fenómeno cultural. Un cambio en la forma de sufrir. Ya no sufrimos porque no podemos ser libres. Sufrimos porque nos sentimos obligados a ser libres, exitosos, felices, completos, realizados… todo el tiempo.

No hay pausa. No hay sombra. No hay derecho al error.
Incluso el silencio ha sido colonizado por las notificaciones.
Incluso el descanso es evaluado en función de cuánto mejora tu rendimiento.

La diferencia con el malestar clásico

Freud hablaba de la neurosis como resultado de deseos reprimidos. El síntoma era la grieta por donde se colaba lo que no podíamos decir.
Hoy, la represión ha sido sustituida por la saturación. No hay silencio, sino ruido. No hay prohibición, sino exceso de permiso que se vuelve obligación.

La tristeza ya no está prohibida: está gestionada.
La autenticidad ya no es reprimida: es demandada como estrategia de marketing personal.
El yo ya no está dividido: está multiplicado, hiperconectado, devorado por sí mismo.

¿Cómo se sale de esta trampa?

Quizás el primer paso no sea escapar, sino reconocer.
Ver la trampa. Nombrarla. Desenmascararla.

Detenernos a preguntar:

¿Para quién estoy viviendo?
¿Qué parte de mí ya no quiere jugar este juego?
¿Qué emociones no estoy permitiendo simplemente porque no “quedan bien”?
¿Qué pasaría si dejara de rendir por un momento y simplemente respirara?

Han propone lo que él llama “formas de negatividad” para resistir:
el silencio, la contemplación, la lentitud, la sombra.
Yo prefiero llamarlo: el derecho a no ser útil. A no explicar. A no demostrar nada.

El alma cansada de sostenerlo todo

Querida lectora, querido lector:
Este texto no es un ensayo teórico.
Es una carta desde ese lugar donde yo también me he sentido cansada.
Desde ese lugar donde uno amanece con el corazón roto, no por lo que le han hecho, sino por lo que uno mismo se ha exigido durante años.

La autoexplotación emocional no se cura con productividad consciente, ni con más hábitos saludables, ni con otra agenda de autocuidado.
Se cura mirándose con ternura y diciendo: ya basta.

Ya basta de obligarse a estar bien.
Ya basta de disfrazarse de fuerte.
Ya basta de vivir como si la vida fuera un escaparate.

Volver al centro que no rinde cuentas

Volver al centro no es retirarse del mundo, ni romper con todo.
Es dejar de deberse a todos y empezar a habitarse sin explicación.

Volver al centro es aprender a estar cansado sin culpa.
A estar triste sin manual de superación.
A estar solo sin tener que justificarlo.

Es, como dice Han, recuperar el derecho a desaparecer, a dejar de exponerse, a ser opaco, lento, humano.

Y en ese silencio fértil, el self –ese que ya no es marca, ni rendimiento, ni perfil– vuelve a respirar.

Tal vez no estamos aquí para brillar todo el tiempo.
Ni para rendir siempre.
Ni para gustar.
Tal vez estamos aquí para sentir lo que sentimos, sin tener que transformarlo en nada.

Tal vez el verdadero acto de rebeldía hoy sea no hacer nada útil por un rato.
No producir. No optimizar. No conquistar.

Solo estar.
Solo ser.
Solo respirar en paz.

Koncha Pinós
Neuroestética, conciencia, vida.

#autoexplotaciónemocional #saludmental #bienestaremocional #autocuidado #equilibriomental #gestiondelestres #emociones #cansancioemocional #saludemocional #burnout #neuroestetica #conciencia #vida

Estudia con nosotros

Introducción a la Neuroestética

Viaja con nosotros

Viajes

Adquiere tu membresía

Individuos