En los últimos años, la ciencia ha confirmado algo que los poetas y místicos han sabido durante siglos: la naturaleza no es solo el lugar donde vivimos, sino una parte esencial de lo que somos. Sin embargo, nuestra relación con ella es compleja. ¿Qué diferencia hay entre “contactar” con la naturaleza y “exponerse” a ella? ¿Cómo afecta nuestro cuerpo y mente cuando sentimos con las emociones o pensamos la naturaleza desde una distancia intelectual? Estas preguntas nos llevan al corazón de lo que significa estar conectados con el mundo natural. Que sucede con aquellas personas que simplemente no tienen ningunas habilidades para conectarse, con aquellas que fingen y con las que vivimos a diario.
Exponerse vs. Contactar con la Naturaleza. Imaginemos dos escenarios. En el primero, una persona camina por un bosque mientras revisa su teléfono, percibiendo apenas los árboles a su alrededor. Contempla la naturaleza a través de una app, usa estas aplicaciones para reconocer árboles o plantas, porque simplemente no tiene ni idea de lo que esta viendo. En el segundo, alguien se detiene frente a un árbol, observa sus hojas, escucha el crujir de las ramas bajo el viento y respira profundamente el aroma de la tierra. Aunque ambos están físicamente en el mismo lugar, sus experiencias son radicalmente diferentes.
La exposición a la naturaleza ocurre cuando simplemente estamos presentes en un entorno natural, sin necesariamente establecer un vínculo significativo. Puede ofrecernos beneficios, como aire fresco y una pausa del entorno urbano, pero su impacto es limitado. Por otro lado, el contacto con la naturaleza implica un involucramiento profundo, una apertura a sentir, observar y conectar. Es una relación activa que despierta nuestros sentidos y nutre nuestras emociones.
La ciencia nos dice que este contacto real, que involucra atención plena y conexión emocional, tiene efectos transformadores. Estudios en neurociencia y psicología ambiental han demostrado que pasar tiempo en la naturaleza, de manera consciente, reduce los niveles de cortisol (la hormona del estrés), mejora el sistema inmunológico y fomenta estados de calma y creatividad.
Sentir la Naturaleza vs. Pensarla. Otra dimensión clave en nuestra relación con la naturaleza es cómo la abordamos: ¿la sentimos con las emociones o la pensamos desde la razón? Ambas perspectivas tienen valor, pero ofrecen experiencias distintas.
Sentir la naturaleza implica sumergirse en ella, permitiendo que sus colores, sonidos y texturas despierten nuestras emociones. Este tipo de conexión activa el sistema límbico en el cerebro, que regula las emociones, y genera respuestas como alegría, serenidad o asombro. Cuando miramos el cielo estrellado y sentimos su inmensidad, o tocamos el tronco de un árbol y percibimos su antigüedad, nos abrimos a una experiencia que trasciende las palabras.
Pensar la naturaleza, por otro lado, es abordarla desde una perspectiva analítica o científica. Este enfoque activa regiones como la corteza prefrontal, asociadas con la lógica y la planificación. Reflexionar sobre el ciclo de vida de un árbol, el impacto del cambio climático o la biodiversidad de un ecosistema puede ser igualmente valioso, pero carece de la inmediatez emocional del contacto sensorial.
Lo ideal, sugiere la investigación, es una integración de ambos enfoques. Cuando combinamos la capacidad de sentir con la capacidad de pensar, no solo experimentamos la naturaleza de manera más completa, sino que también desarrollamos una conexión más profunda y duradera.
Lo que Nos Dice la Ciencia. La ciencia respalda esta visión dual. Investigaciones en Japón han explorado los beneficios del shinrin-yoku o “baño de bosque”, una práctica que promueve la conexión consciente con la naturaleza. Los estudios muestran que caminar en el bosque, observando sus detalles y dejándose envolver por sus sonidos y aromas, reduce la presión arterial, disminuye el estrés y mejora el bienestar emocional.
Por otro lado, el pensamiento crítico sobre la naturaleza también es crucial. Comprender cómo funciona un ecosistema o los desafíos ambientales nos motiva a protegerlo y valorarlo. Sin embargo, los estudios sugieren que este conocimiento tiene un impacto limitado si no está acompañado por una experiencia sensorial directa que inspire asombro y aprecio.
Un Llamado a la Conexión. Nuestra relación con la naturaleza no es una cuestión de elección entre sentir o pensar, exponerse o contactar. Más bien, es una invitación a integrar estos enfoques, a entrar en la naturaleza con una mente curiosa y un corazón abierto. Al hacerlo, no solo cuidamos de nosotros mismos, sino también del planeta.
Cuando contactamos verdaderamente con la naturaleza, no estamos solos; somos parte de ella. Y en esa unión descubrimos algo esencial: la naturaleza no solo está afuera; también vive dentro de nosotros. Al aprender a escucharla, sentimos sus susurros en nuestras emociones y sus lecciones en nuestro pensamiento, recordándonos que somos uno con el mundo que nos rodea.
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