Al final de este año, me encuentro reflexionando sobre los profundos aprendizajes que he experimentado en estos últimos meses, un año que me ha llevado a dar tres vueltas al mundo. Esta visión panorámica, tanto interna como externa, ha revelado panoramas conmovedores y transformadores: los grandes cambios que los jóvenes están impulsando en China y Japón, los esfuerzos incansables de las mujeres por la paz en Israel y Palestina, los defensores de la Tierra en Colombia y México, y el valor inquebrantable de la sociedad civil durante desastres naturales como las inundacioensde Acapulco o el Dana en España.
Y si me preguntáis si tengo esperanza, debo confesar que ya no me preocupa la esperanza. Ya no. Estoy ocupada creando jardines para la salud mental. He dejado de esperar el futuro, porque sé que somos el futuro ahora. Es un error pensar que tenemos todo el tiempo del mundo, ni siquiera que tenemos, ni mucho menos tiempo o mundo. No espero que venga nadie a salvarnos, ni que nos digan la verdad, ni que comprendamos el mundo a través de un proceso lineal. El futuro está en nuestras manos, en nuestra conciencia profunda, en la capacidad de construir ahora lo que queremos ser. Renuncio a cualquier otra forma que no exprese esta certeza.
Es por eso que, en este espacio, quiero compartir una serie de reflexiones sobre las cuatro éticas contemporáneas que hoy nos desafían, cuatro principios fundamentales que debemos abrazar para que podamos caminar hacia un futuro más justo, humano y sostenible. Estas éticas no son teorías , son prácticas cotidianas que pueden transformar la vida, las relaciones y la sociedad. Es un llamado a la acción, a la reflexión profunda, y a la creación de una ética común que no dependa de expectativas o dogmas, sino de nuestra libertad interna y el amor hacia la humanidad. Mi motivación es y siempre será la liberación de cualquier forma de opresión, sufrimiento, pobreza, discriminación o injusticia. Ese es y será mi compromiso.
A lo largo de la historia, la filosofía ética ha sido el faro que ha guiado nuestras decisiones, nuestras sociedades y nuestras relaciones. Desde los diálogos de Platón, pasando por las enseñanzas de Aristóteles, hasta las reflexiones contemporáneas de pensadores como Martha Nussbaum, Michel Foucault o Emmanuel Levinas, la ética ha sido una herramienta fundamental para comprender lo que significa vivir una vida buena y justa. La diferencia entre tener una buena vida o una vida buena es fundamental, eso me lo enseño el Padre Pantoja en México, y Vicente Ferrer en india.
En la actualidad, vivimos un momento crucial donde las decisiones éticas no solo afectan nuestras interacciones interpersonales, sino también el futuro de nuestro planeta, la ciencia, la tecnología y la convivencia social. En este contexto, quiero compartir con ustedes cuatro éticas que considero clave para el futuro: la ética del cuidado, la ética de la ciencia, la ética ambiental y la ética digital. Estas no son solo teorías, sino principios de acción que nos invitan a reflexionar y transformar la realidad desde nuestras prácticas diarias.
La ética del cuidado es una de las más influyentes en la actualidad, en gran parte gracias a filósofas como Carol Gilligan y Nel Noddings, quienes en sus trabajos subrayan la importancia de la empatía y el cuidado mutuo como fundamentos de la moralidad. Mientras que la ética tradicionalmente ha privilegiado la justicia y la imparcialidad, Gilligan, en su obra In a Different Voice (1982), argumenta que el cuidado debe ser el principio rector de las relaciones humanas, sobre todo en el contexto de la psicoterapia, la educación y la vida familiar. En la misma línea, Noddings en Caring: A FeminineApproachto Ethics and Moral Education (1984), pone en el centro la importancia de los vínculos y la interdependencia humana.
Hoy, más que nunca, necesitamos volver al cuidado como base de nuestras interacciones. En un mundo que avanza rápidamente hacia la digitalización, la individualización y la automatización, el cuidado es una resistencia a la deshumanización y un acto de solidaridad activa con los más vulnerables. En este sentido, la ética del cuidado se presenta como un antídoto frente a la indiferencia, que puede hacer de nuestras sociedades lugares fríos e inhumanos.
La ética de la ciencia ha cobrado relevancia en la medida en que el avance científico y tecnológico ha provocado tanto avances como abusos. Pensadores como Thomas Kuhn, Karl Popper y Hannah Arendt han reflexionado sobre los valores y las responsabilidades inherentes a la ciencia. Kuhn, en The Structure of ScientificRevolutions (1962), alertaba sobre cómo los paradigmas científicos pueden ser sesgados por intereses externos y cómo las revoluciones científicas se producen no solo por hechos objetivos, sino también por los cambios en la percepción colectiva.
Hoy en día, vivimos un momento donde la ciencia es utilizada tanto para el progreso como para perpetuar las desigualdades. La ética científica debe basarse en la transparencia, la responsabilidad social y el compromiso ético con la verdad, para evitar la manipulación de datos y la investigación sesgada que favorece intereses corporativos, como bien denunció Shoshana Zuboff en The Age of Surveillance Capitalism (2019). Es urgente que la ciencia y la tecnología se alineen con los principios del bien común, para asegurar que sus beneficios lleguen a toda la humanidad y no solo a unos pocos.
La ética ambiental ha pasado de ser una preocupación marginal a convertirse en el centro de la reflexión ética global. Filósofos como Alva Noë, Val Plumwood y Bruno Latour han hablado de la interdependencia entre seres humanos y el medio ambiente, reconociendo que nuestras decisiones actuales afectan a las generaciones futuras y al equilibrio de la Tierra. En su obra The Environmental Crisis (2004), Plumwood desafía la visión antropocéntrica de la naturaleza y aboga por una ética ecológica que reconozca el valor intrínseco de la Tierra y sus ecosistemas.
El impacto del cambio climático, la deforestación y la pérdida de biodiversidadrequiere una ética que no solo impulse políticas sostenibles, sino que también cambie nuestra relación con la naturaleza, pasándonos de una explotación a una coexistencia respetuosa. Si no adoptamos una ética ambiental robusta, el futuro del planeta será sombrío. La crisis ecológica es, en última instancia, una crisis ética: un llamado a repensar la relación entre las personas y la Tierra, y actuar en consecuencia.
Vivimos en un mundo donde la digitalización y el uso de datos se han vuelto omnipresentes. La ética digital, que aborda las implicaciones morales del uso de datos personales y la vigilancia digital, es crucial para proteger nuestros derechos fundamentales. Pensadores como Shoshana Zuboff, Evgeny Morozov y Michel Foucault han reflexionado sobre cómo la tecnología no solo cambia nuestra forma de vivir, sino también la forma en que nos relacionamos con el poder y la información.
Zuboff, en The Age of Surveillance Capitalism (2019), denuncia cómo los gigantes tecnológicos explotan nuestros datos para controlar nuestras decisiones, convirtiéndonos en objetos de manipulación. La ética digital debe proteger la privacidad, asegurar la transparencia y promover una equidad digital que garantice que todos los individuos tengan acceso a las mismas oportunidades y protecciones frente a la invasión tecnológica.
Un Futuro en Juego
Si no respetamos estas cuatro éticas —la del cuidado, la de la ciencia, la ambiental y la digital— nos dirigimos hacia un futuro distópico. Sin embargo, el futuro no está predeterminado, depende de nosotros. Hoy, más que nunca, debemos comprometernos a actuar en base a una ética profunda que valore la justicia, la empatía, la verdad y la sostenibilidad. No hay vuelta atrás. Si no actuamos ahora, no solo perderemos las oportunidades de un futuro mejor, sino que nos arriesgamos a entrar en un ciclo de decadencia ética y social.
El futuro está en nuestras manos. Cada decisión que tomemos, cada acción que emprendamos, construye el mundo en el que viviremos hoy y desde ese hoy elaboramos el pasado y creamos mañana. Lo único que necesitamos es comprometernos con una ética que no dependa de expectativas ni dogmas, sino de un compromiso sincero con el bienestar común.
Bibliografía recomendada: