Cuando pensamos en Vincent van Gogh, pensamos en el fuego de los girasoles, en la danza vibrante de los olivos, en los cipreses que se elevan como llamas verdes hacia el cielo.
Van Gogh no pintaba la naturaleza: era poseído por ella.
En cada uno de sus trazos está la evidencia de una conexión profunda, dolorosa y luminosa con el mundo natural.
La biofilia en Van Gogh no es tranquila ni contemplativa:
es un amor urgente, desesperado, una necesidad vital de fundirse con la tierra, el viento y la luz.
La naturaleza como refugio y espejo
La vida de Van Gogh fue una batalla constante contra la alienación y la angustia interior.
En la naturaleza encontró su único refugio verdadero.
En una carta a su hermano Theo escribió:
“Sólo amo la naturaleza, y puedo amar verdaderamente a los hombres en la medida en que están impregnados de ella.”
Para Van Gogh, un campo de trigo, un árbol azotado por el viento, eran seres vivos, dotados de alma, compañeros silenciosos de su lucha existencial.
Sus pinceladas violentas y su paleta intensa no buscan representar la naturaleza:
buscan transmitir su fuerza interior, su vibración secreta.
Olivos, girasoles y cipreses: los tótems de Van Gogh
En Arlés, en Saint-Rémy, en Auvers, Van Gogh pintó incansablemente los mismos elementos naturales: campos, olivos, jardines, cipreses.
Cada árbol era para él un acto de resistencia, un canto de vida.
Sus girasoles no son flores: son soles terrestres, explosiones de energía vital.
Sus cipreses no son árboles: son llamas verdes, puentes entre la tierra y el cielo.
En sus paisajes, la naturaleza no está en reposo: está en éxtasis.
Biofilia ardiente
Van Gogh intuía algo que hoy confirman los estudios sobre biofilia:
el ser humano necesita el contacto con la naturaleza no como un lujo, sino como una necesidad del alma.
Cuando pintaba un campo de trigo bajo un cielo tumultuoso, Van Gogh estaba intentando restablecer la continuidad entre su ser fragmentado y el latido del mundo.
Su pintura no nos muestra la naturaleza como algo “bonito”, sino como una fuerza viva que puede salvarnos.
Legado: Naturaleza viva en cada trazo
Hoy, contemplar las obras de Van Gogh es recordar que cada árbol, cada flor, cada trozo de tierra tiene su propia dignidad y su propio lenguaje.
Su vida y su arte nos invitan a no mirar la naturaleza como un paisaje, sino como un ser viviente al que pertenecemos.
En un mundo herido de desconexión, Van Gogh sigue encendiendo en nosotros la llama sagrada de la biofilia.