El agua constituye uno de los grandes enigmas de la vida. Ninguna civilización ha dejado de considerarla sagrada, y ninguna ciencia ha podido sustraerse a su estudio con asombro. Desde la neuroestética —disciplina que analiza cómo la experiencia estética modela el cerebro y la conciencia— me he aproximado al agua no únicamente como sustancia química, sino como fenómeno estético, simbólico y vital. En este sentido, el agua se convierte en espejo de lo humano, resonancia de la memoria y metáfora privilegiada de la conciencia.

Agua y conciencia: símbolo y materia

En todas las tradiciones culturales, el agua aparece como principio originario. Del Tao Te Ching a los Vedas, de los presocráticos a la tradición bíblica, hasta el propio Corán, el agua es inicio, purificación, tránsito y vida. La ciencia moderna la define como H₂O, una molécula aparentemente simple, pero cuyo comportamiento físico-químico resulta extraordinariamente complejo: densidad anómala, elevada tensión superficial y alta capacidad calorífica son propiedades que posibilitan la vida en la Tierra. Sin embargo, el agua nunca es únicamente materia; es también símbolo y experiencia.

Contemplar el agua es enfrentarse a la impermanencia y, a la vez, a la continuidad. Como señaló Gaston Bachelard en El agua y los sueños, este elemento despierta imágenes poéticas que penetran lo inconsciente. Desde la psicología profunda, Carl Gustav Jung identificó en el agua una metáfora del inconsciente colectivo: un caudal que nos constituye y que, al mismo tiempo, nos desborda.

En los últimos años, distintas aproximaciones científicas y artísticas han explorado la relación entre agua y conciencia. Investigadores como Masaru Emoto sugirieron que las estructuras moleculares del agua pueden organizarse en patrones de sorprendente belleza al exponerse a símbolos, palabras o música. Aunque estos hallazgos han generado debate en la comunidad académica, plantean una cuestión central: ¿puede el agua registrar la experiencia y la memoria de los seres humanos?

Mi investigación se sitúa en esta frontera. En colaboración con el Instituto Internacional Masaru Emoto de Tokyo, llevamos a cabo un primer experimento utilizando  como base una obra del artista colombiano Duván López, perteneciente a la colección Biofilia y Arte. Diferentes tipos de agua fueron expuestos al cuadro, recogiendo más de mil quinientas muestras en placas de Petri. En ellas emergieron formas cristalinas y fractales nunca antes vistas ni en el arte ni en la investigación del agua: estrellas, flores, geometrías que dialogan con los patrones recurrentes de la naturaleza.

Este trabajo inicial marcó  para mi una apertura, no una conclusión. El proyecto no se ha cerrado a esa obra; al contrario, durante este verano he iniciado una nueva línea de investigación que se prolongará a lo largo del próximo año. El foco ahora se sitúa en las aguas sagradas del Tíbet y de China, con el objetivo de estudiar qué expresiones cristalinas emergen en ellas y cómo factores como la altitud, las prácticas rituales y las tradiciones contemplativas influyen en la manifestación de los cristales del agua.

Neuroestética y biofilia del agua

La neuroestética ha mostrado que la percepción estética activa circuitos cerebrales vinculados con el placer, la memoria y la cognición. Cuando contemplamos una obra de arte o un paisaje natural, nuestro cerebro se reorganiza, generando respuestas emocionales y cognitivas que inciden en la salud y en el bienestar subjetivo. Si aceptamos que el agua actúa como medio y espejo de esta experiencia, puede pensarse como puente entre lo interno y lo externo, entre lo percibido y lo vivido.

En este marco, la biofilia adquiere un papel fundamental. Definida como la tendencia humana a vincularse con lo vivo, encuentra en el agua su expresión más íntima: más del setenta por ciento del cuerpo humano está constituido por ella. Degustar un agua pura, escuchar el murmullo de un río o contemplar la vastedad del mar son experiencias biofílicas que reactivan memorias evolutivas y favorecen estados expandidos de conciencia.

Uno de los hallazgos más sugestivos de mi investigación es la emergencia de patrones fractales en el agua expuesta al arte. Los fractales —estructuras geométricas que se repiten a diferentes escalas— aparecen en los helechos, en las nubes, en los sistemas neuronales. Que el agua adopte estas formas al resonar con un estímulo estético sugiere que la belleza no es un accidente, sino un lenguaje fundamental de la vida.

La ciencia actual, desde la teoría de sistemas hasta la biología contemporánea, reconoce que la realidad se organiza mediante dinámicas de auto-similaridad y complejidad emergente. Si el agua refleja estos patrones al entrar en contacto con el arte, podemos concebirla como un archivo vivo: un medio capaz de recordar, de registrar la huella de la conciencia.

BioCultura Madrid , UAE y Andorra

Estos resultados inéditos serán presentados en detalle en mi conferencia sobre La Conciencia del Agua durante la próxima feria de BioCultura en Madrid, en noviembre de 2025. Allí compartiré el proceso, las imágenes y las implicaciones de esta investigación. Posteriormente, a finales de noviembre, en Andorra, será posible contemplar el cuadro original de Duván López y toda la secuencia experimental completa, como parte de un proyecto que continuará con el estudio de las aguas sagradas del Tíbet y China a lo largo del próximo año.

El agua nos recuerda que somos flujo, memoria y resonancia. Sus formas invisibles aluden a un orden que nos trasciende y, sin embargo, nos constituye. La conciencia del agua no debe entenderse como un dogma, sino como un campo de investigación abierto que reclama tanto rigor científico como apertura epistemológica.

Si la neuroestética muestra que la belleza transforma el cerebro, y la biofilia recuerda que estamos hechos de vida, el agua se revela como el hilo secreto que une ambos planos: lo visible y lo invisible, lo humano y lo cósmico. En este sentido, estudiar el agua es, en última instancia, estudiar la conciencia.


Perfil de la autora

Koncha Pinós es investigadora y académica senior, especializada en la dimensión fenomenológica de la neuroestética desde la conciencia. Dirige The Wellbeing Planet, una organización activa en 49 países, donde articula proyectos que exploran las relaciones entre arte, biofilia y experiencia estética. Su trayectoria incluye investigaciones sobre el lenguaje sinestésico en Picasso, la arquitectura contemplativa de Gaudí y el proyecto Biofilia y Arte junto al pintor colombiano Duván López.

En los últimos años, ha iniciado una línea pionera de investigación en torno a la conciencia del agua, en colaboración con el Instituto Internacional Masaru Emoto de Tokyo, así como estudios sobre las aguas sagradas del Tíbet y de China, analizando la influencia de la altitud, la práctica ritual y las tradiciones contemplativas en la expresión cristalina del agua.

Últimamente ha dirigido su atención hacia China, Tibet y Japón, ampliando su investigación sobre cómo el agua, al entrar en contacto con el arte, la naturaleza y con contextos rituales, puede generar patrones fractales inéditos que dialogan con la experiencia estética y con la memoria colectiva.

Desde hace años reside en Emiratos Árabes Unidos, donde enseña e investiga activamente. Su voz es considerada una de las más influyentes en el diálogo internacional sobre arte, conciencia y neuroestética, situándola en la vanguardia de un campo que desafía las fronteras entre ciencia, filosofía y estética.