Pan Yuliang (1895–1977) vivió entre dos mundos: el de la tradición china y el de la modernidad occidental.
Pero en todos sus cuadros late una misma esencia: el pulso íntimo de la naturaleza como reflejo del alma.
Entre flores, cuerpos fluidos, ríos de tinta y jardines silenciosos, Pan Yuliang tejió una poética de la vida viva. Su arte respira como un loto que se abre en la bruma.
La naturaleza como espejo del ser
Para Pan Yuliang, el paisaje —un loto flotando en el agua, una brisa entre las montañas— no era un fondo decorativo: era un espejo del estado interior.
“El agua lleva el alma; la flor lleva el tiempo.” — Pan Yuliang
Su biofilia no era descriptiva: era existencial.
Sentir la naturaleza era sentirse viva.
La fusión de cuerpo y paisaje
Pan fue una de las primeras artistas chinas en pintar el cuerpo humano en libertad.
Pero sus figuras no son cuerpos aislados: se disuelven en el aire, se funden con el entorno, como flores, como nubes, como partes inseparables de un mismo tejido vital.
Así, su pintura es un canto a la continuidad entre lo humano y lo natural.
Un legado de lirismo vital
Hoy, Pan Yuliang resplandece como una pionera de la sensibilidad biofílica:
su arte nos invita a vernos como parte del agua, del cielo, de las flores.
Su obra sigue diciendo, suave y firme:
“Somos también jardines que respiran.”
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